miércoles, 27 de junio de 2012

El discípulo tenía vocación filosófica y le encantaba conocer todas las cosas y clasificarlas. Pensaba que así, las dominaba. Lo que no acababa de clasificar era la multitud de personas que iba encontrando en su vida. Viendo que el problema superaba sus fuerzas, decidió acudir al maestro. Humildemente, con una pequeña sensación de fracaso, se atrevió a preguntarle: “Maestro ¿cuántas clases de personas existen?”. -Sólo hay cuatro tipos de personas, aunque a ti –pequeño discípulo- te puedan parecer infinitas”. -“¿Y cuáles son, Maestro?” -El, que habla así: “Lo que es mío es mío; y lo tuyo es tuyo”. El, que exclama: “Lo que es mío es tuyo también, y lo tuyo es mío”. El, que piensa: “Lo tuyo es mío; y lo mío sólo es mío”. Y el, que se comporta así: “Lo que es mío es tuyo; y lo tuyo, tuyo es”.

Señor Jesús: No es un puro juego de palabras lo que acabamos de escuchar, no. La lección de esta mañana tiene mucha miga: sólo el santo es capaz de dar sin exigir nada a cambio. Ni siquiera el enamorado llega a este desprendimiento. Ayúdanos a alcanzar este grado de generosidad. Te pedimos por los hombres y mujeres que viven para los demás. Y por esas criaturas, esclavas de su egoísmo, que son incapaces de dar ni los buenos días.

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